Ingrid Lorena Villate Moncaleano[1]
Foto: El Espectador. https://tinyurl.com/y6qoypm8
Resumen:
Hablar de la identidad en el desplazamiento forzado se ha tratado como un tema de investigación que busca resolver las formas efectivas de atender y reparar a la población que ha padecido estos hechos de la violencia en el país. Los autores e investigadores se han preocupado continuamente por dar sentido a los cambios de las subjetividades y a los impactos en los marcos de acción política de los individuos tras el desplazamiento. El revisar el universo de la literatura académica y artística ha llevado a caracterizar este acto como la máxima desarticulación del sujeto, de la fragmentación agresiva de la realidad presente, pasada y futura. Así pues, este texto se propone evidenciar, desde las voces femeninas del desplazamiento, las implicaciones de este tipo de violencia en los entramados identitarios para dar cuenta de la posibilidad de reflexionar sobre el pasado violento y entender, desde las víctimas, la recuperación de la autonomía política desde la subalterninad y la acción colectiva. Para lograr lo anterior, se analizan tres entrevistas con criterios transversales de etnia, género y de victimización.
Palabras clave:
Desplazamiento forzado, mujer, víctima, autonomía política, subalternidad.
Introducción.
“La paz vendría sobre la tierra. El viento sería de nuevo tibio y tendría olor a miel. Otra vez se llenarían de flores blancas los gajos de los cafetos, y de sonrisas el rostro de los niños. (…) Entonces pudo darse cuenta de que había amanecido.” Fernando Soto Aparicio.
El desplazamiento forzado ha sido un fenómeno de larga data que, según el Centro Nacional de Memoria histórica (2016), se gesta desde el siglo XIX debido a las violencias partidistas en Colombia, y los éxodos y expulsiones campesinas. Este tipo de violencia se ha extendido hasta el siglo XX anclado a las dinámicas y pugnas políticas enmarcadas en intereses económicos y de clase que han dejado una población de 8’047.756 (Unidad de víctimas, abril 26 de 2020) víctimas de este tipo de hecho violento.
En un texto anterior[2] se recopilaron los planteamientos académicos y legislativos sobre las formas de entender el desplazamiento forzado desde la lejanía de las voces de las víctimas. Para conceptualizar y disputar este sentido común de la sociedad colombiana, se realizaron tres entrevistas que buscaron develar las fallas de la sociedad civil y del Estado colombiano o sociedad política, en términos de Gramsci (en Modonessi, 2010), al momento de prevenir, atender y reparar este hecho de la violencia en el país. Estas debilidades de ambas partes se manifestaron en relatos que daban cuenta de la negación en la que se vive como pueblo colombiano, pues se ha normalizado y hasta dejado de lado las consecuencias devastadoras del conflicto para la población.
Al explorar las voces de las mujeres entrevistadas, se denotó la falta de análisis que merecen sus discursos puesto que dan cuenta de cómo se gestan las luchas desde la marginalidad. Estas narraciones son de mujeres que han logrado reincorporarse a un espacio sociopolítico colombiano pero que siguen luchando para que sean reconocidas como sobrevivientes de un tipo de violencia que desarticula las identidades de un espacio construido por la geografía, las relaciones sociales y de poder.
Así pues, este ejercicio se propone caracterizar a las mujeres desplazadas como un grupo subalterno, para visibilizar el proceso de emergencia subjetiva y un nuevo sentido común del desplazamiento forzado. Para lo anterior, se propone a) Identificar coincidencias y diferencias en los discursos de las mujeres entrevistadas con el objetivo de reconocer las reconceptualizaciones y transformaciones identitarias resultado del proceso del desplazamiento forzado; b) mostrar las orientaciones valorativas respecto de las formas de entender el proceso del desplazamiento forzado; y, c) yuxtaponer las narraciones de las mujeres entrevistadas para lograr ver cómo se entrama la constitución identitaria y subjetiva en sus discursos.
La entrevista.
En el marco de la realización del artículo mencionado, y este texto, se realizaron tres entrevistas a mujeres; dos de las entrevistadas han sido víctimas del desplazamiento forzado y una es líder de iniciativas de apoyo a la población desplazada en el Caquetá. Respecto a su procedencia étnica podemos identificar que la entrevistada (A)[3] es de ascendencia campesina, la entrevistada (B) pertenece al ámbito urbano - podríamos decir que es “mestiza”- y, la entrevistada (C) pertenece al pueblo indígena Arhuaco. Estas diferencias de procedencia y etnia son importantes pues sus cosmovisiones y concepciones de lo que ha sido el desplazamiento va a correlacionarse con su contexto social y cultural.
Las preguntas realizadas a las mujeres entrevistadas se enmarcan en dos categorías principales a saber; conceptos y relatos. En la primera categoría se plantearon preguntas alrededor de la concepción del desplazamiento forzado desde su experiencia, la manera en la que ellas han vivido el desplazamiento como mujeres y lo que han entendido por Estado en relación con este tipo de violencia. En la categoría de relatos, se propuso un ejercicio libre de contar sus experiencias específicas dentro de la comunidad desplazada. Las mujeres entrevistadas narraron su éxodo y llegada a la capital; la mujer líder propuso lecturas de los relatos de las mujeres con las que ha trabajado y caracterizó la experiencia de Florencia, entendida, por ella, como una ciudad construida por retazos de la violencia.
Una tercera categoría importante son las percepciones; en este campo se quería permitir que estas mujeres propusieran formas de abarcar el fenómeno del desplazamiento forzado y dieran cuenta de cómo ellas percibían que, tanto el Estado como la sociedad civil, estaban respondiendo a las problemáticas derivadas de este fenómeno en las mujeres.
Lo que se logra identificar de este primer acercamiento a las narraciones son las perspectivas desde las cuales se tejen los relatos. La entrevistada (A) habla desde la voz de víctima, lo que se denota con marcadores emocionales tales como: dolor, nos arrancaron a las malas, quedamos en la oscuridad total, nosotras cargamos con el dolor, entre otros. Así mismo habla en primera persona la mayor parte del tiempo: “En su momento mi familia, mis hermanos…”, “(…) yo me quedé allá en el municipio (…)”, entre otros fragmentos.
A diferencia de esta entrevistada, las entrevistadas (B) y (C) tienen una posición de testigos, esto se ve al narrar en tercera persona:
EB: “todos son desplazados (…)”, “Esta mujer tuvo que dejar a su hija (…)”
EC: “(…) pienso en el caso del pueblo Embera, que se desplaza con sus familias, con las mujeres (…)”, “(…) las mujeres logran organizarse, y logran recrear algunas prácticas de sus pueblos (…)”
Es importante destacar que la entrevistada (C) afirmó haber sido víctima del desplazamiento forzado. Sin embargo, de su relato se puede inferir que este no ha determinado su identidad en gran medida puesto que se limita a responder las preguntas y cuando conceptualiza el desplazamiento forzado lo hace nuevamente desde la tercera persona:
EC: “Para mí el desplazamiento forzado es como esa migración que inicia…Una migración involuntaria de las personas que inicia desde su lugar de origen y, en ese sentido, las causas de esto tienen en el conflicto armado, la guerra, entonces las personas deciden pues entre comillas porque no es voluntario, irse de estos lugares”.
Ahora bien, el interés de dialogar con estas mujeres radica en recolectar sus relatos de experiencias como víctimas o como parte de iniciativas del desplazamiento forzado. Esto con el fin de rescatar narrativas del proceso de desplazamiento, los momentos de carácter extraordinario que rompía lo cotidiano y dan cuenta de la transmutación identitaria enmarcada en la violencia.
Narrativas de lo político en el desplazamiento forzado.
Siguiendo los planteamientos de Arfuch (2002), se puede ver que las entrevistas realizadas han sido un método que da cuenta de la “compulsión de la realidad, lo directo de la presencia, la necesidad de encontrar una verdad” (p.17). Dialogar con estas mujeres es interpelar la fuente primaria de una realidad violenta y permite acercarse a una subjetividad cambiante, incluso en los intersticios del discurso la emocionalidad delata la profundidad de la transformación de las identidades de estas mujeres, víctimas del conflicto armado.
Los puntos de partida de las mujeres fueron distintos, pero marcados por la “migración”, es decir, en los relatos se puede reconocer que el proceso de desplazamiento “es una condición natural del ser humano, [ya que este] no es un animal estático y no pertenece a un lugar” ( Entrevistada C); así mismo, el componente violento es el que cambia la trama de los relatos. La violencia hacia los cuerpos desterrados, las amenazas y el temor, determinan el ambiente de la narración y dan cuenta de los “momentos extraordinarios”. Estos momentos van a ser fundamentales para reconocer las transformaciones identitarias radicales.
De acuerdo con Echavarría (2010), el primer momento de la constitución identitaria en el marco de la reproducción de la sociabilidad se denomina el momento extraordinario de la existencia, este se caracteriza por mostrar una identidad al límite, es el acontecer de la ruptura de lo cotidiano y posee “una temporalidad cíclica de larga duración” (p.155). En este momento extraordinario es donde “el nivel político de la reproducción social se encuentra en estado de virulencia, en el que la capacidad política del ser humano es requerida o exigida al máximo” (p.155). La descripción de este momento se ancla a la oportunidad de la refundación identitaria a partir del cambio radical del sentido rutinario.
En la entrevistada (A) se logra ver un momento de inicio claro y de refundación de su identidad. Hay un evento previo, que se conceptualiza en la amenaza (Bello, 2004) lo anterior se visibiliza en el relato de la mujer al contar que: “(…) llegaron al municipio en donde nos encontrábamos en Vistahermosa, Meta y nos amenazaron de una forma indiscriminada, nos ametrallaban nuestras viviendas con unas armas de alto poder, pasaban en motocicletas hombres que no les importaba dispararnos”. Este relato enmarca ese momento previo que deriva en la decisión de marcharse forzadamente de su municipio.
En esta narración resalta la concepción del valor de la familia que tiene esta mujer. Lo más importante para ella fue salvar a sus hijos y su esposo. Así lo que pidió fue que se los llevaran a Villavicencio, capital del Meta. Esto se liga con el sentido de la comunidad que comparten las tres entrevistadas, la importancia de las redes de solidaridad que se aprehenden en los territorios:
EA: “La unidad familiar que siempre habíamos tenido se nos desapareció, se nos perdió. Nosotros curiosamente nos acordábamos, decíamos en el departamento del Meta, donde crecimos, donde nacimos, bueno, parecíamos una comunidad indígena porque teníamos malocas, es decir, todo el mundo vivía cerca, en la misma ciudad estábamos todos, aquí nos dispersaron de una manera brutal (…)”.
La entrevistada (B) narra el cambio de percepción que ha tenido al experimentar el Caquetá desde una óptica de residente. Se rescata el sentido comunitario en un momento posterior al desplazamiento. Como cuenta “Florencia es una ciudad hecha de retazos”, la caracteriza como una región compuesta por desplazados de toda Colombia, a pesar de esto se han encontrado espacios de reunión entre las comunidades que han conformado los mercados campesinos y han logrado reincorporarse a una de sus labores tradicionales, el cultivo. De acuerdo con la entrevistada esta acción colectiva es fundamental porque en el momento posterior a la salida de su lugar de origen llegan a una ciudad en donde, “Hay cosas muy fuertes, por ejemplo, reconocerse y reconocerse inútiles, porque en la ciudad hay muchas cosas que tú no puedes hacer, que tú no sabes hacer y hacías en el campo (…)”.
Aspectos como este dan cuenta de la constitución de la cultura, que como propone Echavarría (2010), “es el momento autocrítico de la reproducción que un grupo humano determinado, en una circunstancia histórica determinada, hace de su singularidad concreta; es el momento dialéctico del cultivo de su identidad” (p.164). Los aspectos culturales se exaltan en la importancia de la espiritualidad, “en los saberes de las mujeres indígenas” como propone la entrevistada C y en la importancia de respetarlos y evitar las equivalencias conceptuales y culturales de la ciudad que se constituye de dinámicas diferentes a las del campo o los territorios tanto indígenas como campesinos.
La cultura y la politicidad de la cultura se comprende cuando se ve que la primera es conflictiva al ser invadida por la segunda, la politicidad como la característica de lo dinámico y conflictivo. Si bien se ha propuesto desde
“una variable cultural que la cultura política tiene una posición determinante en la orientación política de las sociedades, su interacción con los sistemas políticos y de regímenes políticos; y como interesada en explicar la acción de los individuos y las comunidades a partir de la existencia de marcos culturales que les otorgan sentido a dichas acciones” (Rodríguez, 2017),
al explorar estas narrativas y pensarnos la cultura desde la teoría decolonial de Echavarría, podemos llegar a la conclusión de que la cultura política es la conflictividad misma de los sujetos sociales. Este concepto no sólo da cuenta de los marcos de entendimiento construidos desde las experiencias, la historia y los acontecimientos que han marcado a una sociedad determinada, sino que da cuenta de las luchas internas de la sociedad, del repensar lo cotidiano, de dialogar con los cambios y reidentificarse en ese campo conflictivo.
Es en la desestructuración y reestructuración de la cultura que se construye y reconstruye la identidad y se desarrollan los procesos de subjetivación. Así pues, el momento del desplazamiento desarticula a la desplazada de lo cotidiano y la llegada al nuevo lugar es el choque desestructurante de lo conocido. Estas transformaciones son naturales y extensivas al ser humano, sin embargo, lo que exponen los relatos es la manera en que el componente violento afecta este proceso natural. El aspecto psicosocial se ve afectado y desencadena en el trauma de la reidentificación y en la cancelación de las mujeres víctimas por los nuevos discursos de exclusión, ignorancia, lástima y miseria a los que se enfrentan en las nuevas ciudades. De lo anterior las entrevistadas nos dan ejemplos:
EC: “Yo creo que si, que hay una voluntad de inclusión de las mujeres indígenas. Sin embargo, hay como varios peligros porque entonces es la idea de pobrecitas mujeres indígenas en sus comunidades están mal, solo les toca cuidar a sus hijos entonces también es una mirada muy miserabilista de lo que son las mujeres.”
EB: “Es muy fuerte, no hay respeto. Cualquier llamado de atención, cualquier denuncia [por violencias de género] que una hace una es una loca, una es una resentida. “Usted por qué exagera tanto”.
Lo común del momento posterior al desplazamiento se ve en el uso del plural en las narraciones: “mujeres”, “indígenas”, “nosotros”, “somos”, “desplazadas”. Estas palabras empiezan a construir lo que se veía como la añoranza del pasado, una nueva familia, una nueva comunidad que permita desarrollar un ambiente de sociabilidad que habilite a la desplazada como sujeto válido, con voz y posibilidad de transformación de la realidad.
Los espacios como de los que habla la entrevistada (C), el Comité Distrital de mujeres indígenas; el mercado campesino del que habla la entrevistada (B), los espacios de debate político y las organizaciones de mujeres en Florencia; y, lugares como los sindicatos o los Movimientos de Víctimas, en el caso de la entrevistada (A) el MOVICE[4], permiten construir esas comunidades en las que un sentido común entabla el diálogo y les permite reidentificarse.
Los aspectos que las unen son los mismos marcadores que les da su carácter de subordinadas en una estructura sociopolítica diferente de la de donde proceden. Hay una incapacidad de incorporarse en la vida cotidiana de las ciudades debido a que son mujeres, desplazadas por el conflicto armado, afectadas psicosocialmente y todo esto es negado en discursos sociales. Al respecto, la entrevistada (A) cuenta,
“(…) Empiezo a trabajar aquí [Bogotá] en el 88, sufrí desde el momento de llegar a este nuevo lugar. ¿Por qué? Porque ya nadie me conocía, ya nadie tenía en cuenta mi dolor y angustia, porque ya nadie nos iba a entender, y a decir por lo menos (…), nadie nos va a dar la mano y decirnos “tenemos el mismo problema”, la persecución radical de los criminales contra una familia que lo único que buscaba era la paz (…)”
Las afectaciones espirituales y emocionales han sido de los obstáculos más grandes para la reincorporación de las víctimas en la sociedad civil colombiana. Esto se debe a que como manifiestan las entrevistadas, como colombianos y colombianas no hemos logrado tomar consciencia del conflicto armado, de las dinámicas de guerra interna que nos atraviesan. Somos una nación fragmentada, hecha de retazos de las violencias: las de género, las del conflicto, las de clase socioeconómica; víctimas de la represión y reproductores de esta.
La lucha política de las mujeres desplazadas.
Los marcadores interseccionales, sumados a la violencia vivida por estas mujeres dan cuenta de la importancia de su lucha. La búsqueda por la autonomía política, por la validación como interlocutoras – como plantea Gutiérrez (1999) – se enmarca en el proceso de reconocimiento de su capacidad de poder hacer como comunidad. En el proceso de subjetivación y reidentificación han retomado los discursos opresivos de la conflictividad, y esto ha generado que busquen reivindicar sus luchas por la justicia, la verdad y la paz.
Las narrativas nos hablan de la revictimización y de la lejanía con el Estado, hay una disputa entorno al hacer memoria. Es en este marco que la lucha por la autonomía de las mujeres desplazadas es fundamental para la construcción de la memoria del conflicto. Son voces experienciales de la violencia; una indígena que reconoce su privilegio, pero su condición de haber sido desplazada, una campesina que aún llora narrando su historia y una bogotana que encontró en Caquetá una nueva forma de entender el conflicto y la posibilidad de construir paz desde la lucha popular.
Respecto a sus reivindicaciones las mujeres dicen:
EA: “El dolor de las mujeres es muy grande, sin embargo, creo que ese mismo dolor como a mí, como mujer, como lideresa, como dirigente en diferentes espacios, nos obliga, quizá sea una obligación de continuar caminando, de continuar demostrando que con cada paso que demos estamos sembrando las semillas de resistencia, las semillas de la resiliencia y las semillas de coraje y fuerza para que las nuevas generaciones logren liberar este país de las manos de los criminales. Yo a mis 65 años y a pesar de lo que he pasado y el peso de los años, continúo con fuerza, con la voluntad y el valor de levantarme y seguir invitando a caminar tejiendo la memoria y luchando por la transformación social de este país.”
EB: “(…) hay que seguir contando, hay que seguir diciendo. Culpable ninguno, pero responsables somos todos, sobre todo eso, de no quedarnos callados. Hay que estar con la mente muy abierta, esta es una buena regla del teatro, pero cada vez la confirmo más: Todo sigue, si hay que cambiar pues bueno, cambiemos; si hay que bajarle al tono, bueno, bajémosle al tono; si hay que gritar, bueno gritemos. A todo lo que le propongan diga que sí, que el sí siempre abre más oportunidades.”
EC: En Colombia hay muchos pueblos[indígenas] realmente. Ahí hay algo muy importante, por ejemplo. Creo que todavía hace falta mucho por recorrer en este camino de reconocimiento de las mujeres, por ejemplo, pienso en el auto 092 del 2008 en el que la corte ordena pues el programa de protección de derechos para mujeres indígenas, afro y bueno otros programas. En el caso del programa de mujeres indígenas que se supone es un programa que está diseñado para la atención de las mujeres indígenas desplazadas, lo revisábamos y como fue un programa que se formuló desde las mujeres que están en los territorios y no las que se habían desplazado, pues sus acciones estaban encaminadas a la prevención del desplazamiento en los territorios no en la atención en las ciudades o en los municipios, por ejemplo. Entonces eso sigue siendo un reto, esa tensión y es tan así que no hay unas medidas puntuales para las mujeres Embera que están desplazadas.
Creo que, digamos, no hay una atención diferenciada, creo que la atención que hay a la fecha es como pueblo indígena y no una dimensión de mujer indígena. Y por eso seguimos trabajando.
Este fue un punto final tratado en las entrevistas, sus posiciones nacieron de su propia experiencia, no se les realizó pregunta específica respecto de su labor futura en la lucha política. Esto denota la importancia que tiene para estas mujeres actuar respecto de su posición como víctimas del desplazamiento forzado, y en el caso de la entrevistada (B), su acción se enmarca en la lucha por los derechos de los otros y de sí misma. Su relato resalta constantemente cómo la violencia victimiza sistemáticamente a la sociedad colombiana en su conjunto, pues no es solo la violencia de las periferias, es la violencia urbana, son las BACRIM[5] y demás actores armados los que amenazan el territorio nacional. La violencia política, la crisis de la representación y fenómenos como el de la corrupción violentan constantemente a la nación.
Las violencias en la urbe y en el territorio nacional se han relacionado, más en este momento de posacuerdo, con la invalidación de los relatos del conflicto armado en el país. Es en este marco que las mujeres desplazadas quieren disputar los discursos hegemónicos de la historia conflictiva de Colombia. Liberar el país, implica concientizarlo respecto de las consecuencias que deja el conflicto armado, determina no callar y dar espacios de interlocución válida a las víctimas y estos espacios se enmarcan en la acción colectiva que construye comunidades marcadas por el recuerdo y el dolor pero que logra generar procesos de conciencia y lucha política contra estructuras y sentidos comunes “incuestionables”.
Conclusiones.
Sí algo ha dejado este proceso de acercamiento a las voces del conflicto, es la posibilidad de entender las formaciones políticas desde lo micro. A pesar de que el Estado se ha consolidado como un actor fundamental para el estudio de la política, estas formaciones de la sociedad civil dan cuenta de la importancia de estudiar de cerca las instituciones sociales desde una óptica conflictiva, que de cuenta de su multiplicidad y posibilidad de reestructuración ya que parten del diálogo intersubjetivo que se gesta a partir de experiencias, creencias, historias de vida y valoraciones tanto individuales como colectivas del contexto e historia social.
Estos relatos materializan el poder hacer a través de la acción social y de las dificultades atravesadas por ellas en los momentos extraordinarios y fundadores de su identidad actual. El momento de la amenaza previa, del desplazamiento, de la llegada a un nuevo lugar y de encontrar apoyo en donde las validen como sujeto, en donde tengan un espacio de interlocución constante y les permitan narrar su violencia, porque es propia, aunque con puntos comunes.
Los relatos de las mujeres entrevistadas tejen un nuevo sentido común del desplazamiento forzado, uno en el que se identifica la individualidad, la importancia de tratar la historia de vida, pero inmersa en la acción colectiva pues el ser humano es social por naturaleza y necesita del otro para reidentificarse como sujeto autónomo con capacidad de hacer, de enfrentarse y reivindicar su memoria y subjetividad. Estas voces consolidan los tejidos de la memoria desde la violencia femenina y del reconocer que los marcos de interpretación y de acción política se van configurando a medida que la violencia del conflicto determina las identidades de los sujetos que son víctimas.
Estas narraciones permiten concluir que, por las violencias del desplazamiento, las mujeres sufren un despojo de su agencia como sujetos políticos esto se evidencia en las primeras partes del éxodo donde el viaje del desplazamiento minimiza la confianza en el entorno de acción sociopolítica en donde las mujeres no ven un espacio de diálogo para alzar la voz sobre sus violencias. Así mismo, entender la pluralidad se va tejiendo como un proceso de acompañamiento y de incorporación a estructuras colectivas que compartan experiencias y daños comunes que permitan reflexionar de manera consciente sobre el pasado violento.
Los marcos de transformación de la realidad se ven permeados por el daño y el dolor que se estudia desde las afectaciones psicosociales, donde los determinantes contextuales evidencian los daños de carácter psicológico de la víctima. El acto de reparación pasa, entonces, por la posibilidad de hablar y renarrar los hechos violentos. Esto es una especie de catarsis que no sólo le permite a la víctima resignificar su pasado y entenderse en las prácticas sociales del presente, sino aportar a la constitución de una historia democrática y colectiva del conflicto.
Las mujeres han expuesto que es desde la marginalidad colectiva que los sujetos pueden actuar y reconstituir la confianza en el entorno que se ha transformado tanto social como geográficamente. El encontrar lazos comunitarios y redes de apoyo, contribuye al entendimiento de las violencias vividas que se complejizan más allá del hecho del desplazamiento. Lo anterior, parte de comprender los núcleos importantes de cada sujeto, como se evidenció, las rupturas y fragmentaciones familiares tienen un mayor impacto por la cercanía de los vínculos sociales que tejen los marcos de entendimiento y de identificación de la víctima. Es en este diálogo cotidiano que las identidades se constituyen y al desarticularse lo que se empieza a ver es una identidad en crisis que concibe este cambio extraordinario como retroceso identitario.
Finalmente, recuperar los relatos es un ejercicio de reconstrucción de las concepciones que se tiene, como población, del desplazamiento forzado. Las rupturas identitarias e históricas de las víctimas implican una marginalización de los sujetos en las nuevas estructuras urbanas y la constitución de discursos de la emocionalidad, que para el caso de las mujeres víctimas da cuenta de cómo los otros se expresan a través de la lástima, a partir de los cuales las víctimas encuentran imposibles entenderse como sujetos con la capacidad política de toma de decisiones, como sujetos con los cuales el diálogo es válido lo que lleva a reconocer que sus voces hacen parte del entramado social y subjetivo. Desde la marginalidad y los referentes que deslegitiman su identidad, las mujeres levantan una voz de lucha que las reafirma en su agencia y les permite construir una forma distinta de concebir las violencias del conflicto armado en Colombia.
Bibliografía:
Bello, M et al. (2004) Desplazamiento forzado: Dinámicas de guerra, exclusión y desarraigo. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Centro Nacional de Memoria Histórica. (2016). Una Nación desplazada. Bogotá.
Echeverría, B. (2010). La identidad, lo político y la cultura. En: Definiciones de la Cultura. México: Fondo de Cultura Económica.
Gutiérrez, G (1999). Afianzando cimientos, En plena construcción. México: Universidad Nacional de México. pp:181-234.
Modonessi, M. (2010). Subalternidad, antagonismo, autonomía. Marxismo y subjetivación política. Buenos Aires, Argentina: CLACSO. En línea: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/coediciones/20101108114944/modonessi.pdf
Rodríguez, A. (2017). Reflexiones sobre el concepto de cultura política y la investigación histórica de la democracia en América Latina. En: Revista historia y memoria, junio de 2017. DOI: 10.19053/20275137.n14.2017.5820.
Unidad de Víctimas. (26 de abril de 2020). https://cifras.unidadvictimas.gov.co/Home/Victimizaciones.
[1] Ciencia Política. Universidad Nacional de Colombia. Secretaria general y asistente de investigación del grupo Onalme- SPEME Colombia.
[2] Villate, 2020. Voces del desplazamiento forzado: Causas estructurales y transformaciones de las víctimas. (En prensa, Cuadernos KAS) [3] Por cuestiones de seguridad de las mujeres se les asignará una letra para referirse a sus entrevistas. [4] Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado. [5] Bandas Criminales y grupos emergentes en Colombia.
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